Pocos momentos recuerdo con tanta claridad como el día que descubrí a mi banda favorita de todos los tiempos. Y lo azaroso del caso solo lo vuelve más épico, como si hubiera algo predestinado en ese encuentro. Calculo que así suceden la mayoría de las cosas que nos marcan a fuego.
Pero es verdad que la historia sería muy distinta y posiblemente este escrito no existiría si esa mañana de 2005 no hubiera hecho un zapping rápido antes de ir al colegio para terminar en Animax, un extinto canal que pasaba anime todo el día a todas horas (y que vino a reemplazar a otra icónica señal llamada Locomotion de la que ya hablaremos en otro momento). Este canal tenia por costumbre aprovechar la pausa entre programa y programa con segmentos musicales llamados Animedia, con el propósito de dar a conocer artistas japoneses englobados dentro del sello Sony (dueño del canal después de todo) o alguna de sus subsidiarias. Esto hoy puede parecer hasta trivial pero en épocas pre algorítmicas, sin Descubrimientos Semanales, con un Youtube en pañales y donde MTV todavía respiraba pero ni de casualidad pasaba un videoclip de una banda japonesa, era decir mucho. Gracias a esta decisión comercial de un canal que ya desde su génesis le hablaba a un nicho que existía hace años (otakus) aun sin ser lo masivo que es hoy, muchos argentinos pudimos conocer artistas como Hikaru Utada, YUI, Maaya Sakamoto, Asian Kung Fu Generation y tantos otros que hasta el momento, a lo sumo, habíamos escuchado de rebote por estar detrás de algún opening de una serie del momento y a los que ahora podíamos ponerles un rostro y hasta un poster en nuestra habitación. Era salir del lugar común y tener el inocente descubrimiento de que había otra música más allá de lo que sonaba en la radio, para luego correr al ciber mas cercano, abrir el Ares o el Kazaa y descargar todo lo que se pudiera en la calidad mas comprimida posible y llevarnos algo de ese tesoro en lo que cupiera en un CD (y no mucho después un reproductor mp3 de dudosa procedencia).
Fue en esa volteada, como dije, una mañana de Septiembre de 2005 que apareció ante mis ojos el videoclip de Jyojoushi de L’Arc~en~Ciel y por unos pocos minutos no importó nada más.
Ni siquiera estamos hablando de uno de los temas mas conocidos de la banda formada en 1991 (donde también casualmente nacía quien les habla) y que para aquel entonces ya contaba con mas de 10 discos y casi 30 singles en su haber. Por aquellas épocas Animax transmitía DNA² y la primera adaptación al anime de Fullmetal Alchemist, series que ya contaban con dos de sus canciones más populares en su banda sonora (Blurry Eyes y Ready Steady Go respectivamente) y que sin duda eran mucho más “radiales” que este nuevo hallazgo.
Había algo en el videoclip que también era atrapante y que en ese momento no lograba poner en palabras. La música era bellísima, si, pero eran esas imágenes de pinturas greco romanas orgiásticas que cobraban vida y en donde se mimetizaban los miembros de la banda las que terminaban de darle el toque. Eso y las fachas de los músicos, particularmente de su andrógino cantante que además gozaba de una voz envidiable, imposible, fuera de este mundo. Fue realmente una combinación letal que me llevó a sintonizar este canal día y noche para esperar a que se repita el milagro y tratar de guardar todos los frames posibles en mi memoria, además de volver a escuchar esa melodía que ya estaba hartando a mis padres. Puedo estar hasta mañana hablando de lo que me provoca el contratiempo de la batería al principio y al final del tema, o las líneas de un bajo que hasta entonces pocas veces escuché tan presente y melódico en una canción o el delicioso solo de guitarra que toca las notas justas y que por momentos parece tomar el rol de la voz cantante. O que de tanto verlo empecé a notar que el video narraba un intercambio de cartas y postales entre los mismos miembros de la banda, como si fuera un amor imposible entre ellos (y un claro fanservice). Había también algo enigmático: no los conocía y quería saber más. Quienes eran, como se conocieron, que más hicieron, de que hablaban en estas letras en japones sin subtítulos. El fanatismo y la obsesión que tantas veces vi consumir a mis amistades por otras bandas mucho más conocidas y divulgadas por estos lares comenzaba a desarrollarse en mí. Y lo peor es que por aquel entonces no tenía con quien conversarlo, nadie que los conociera. O eso creía.
Me pasé los siguientes meses averiguando y rastreando todo lo que me era humanamente posible. No tener internet en casa me jugó en contra y había que intercalar sabiamente las horas de ciber para investigar en foros inchequeables mientras aprovechaba para levelear en el Mu Online o pegar unos tiros en el Counter. Esto sumado al poco material disponible que encima estaba en japones. Mas de una vez me di una vuelta por Camelot, la mítica comiquería porteña, para ver si tenían alguna gema aunque sin éxito. El tiempo pasaba y si bien el interés por la banda nunca desapareció, empezó a competir y a mermar contra otros temas de ese momento, incluyendo un cambio de colegio y de amistades.
No sería sino hasta el año 2007 que mi suerte empezaría a cambiar. La revista Lazer, uno de los pocos medios especializados en manga y animé, había organizado un evento de animé dividido en dos ediciones, diurna y nocturna (esta última para “mayores”). No era mi primer evento del estilo, pero solo había podido asistir a alguna convención masiva en Costa Salguero y siempre con compañía familiar ya que era muy chico y además mis amigos por aquel entonces estaban en otra. Rompí mucho las bolas en casa para que me dejen ir. Me acuerdo de que me acompañó mi viejo, cuya noción de anime por aquel entonces se limitaba a lo que había visto en su infancia –Astroboy, Kimba el león blanco y no mucho más- pero estaba ávido de saber que estaba pasando con su hijo adolescente, en que andaba, por qué no hablaba de otra cosa que de “dibujitos chinos” y pasaba largas jornadas en el baño con esa revistita.
Fue entonces en la fila del Lazer Day, en las inmediaciones del Club 947 en San Telmo, donde ocurrió el segundo evento canónico, el segundo impacto por así llamarlo. Un grupo de gente andaba pululando la fila entregando volantes. Un par de ellos tenían unas cajas amarillas en la cabeza. No entendía nada pero claramente sabían llamar la atención (y eso que la fila estaba llena de cosplayers). Cuando se acercaron a nosotros se presentaron como los Laruku no Tenshi (los “Angeles de Laruku”), un club de fans de L’Arc~en~Ciel. No daba crédito a lo que estaba pasando. En lo que habrá sido como mucho un minuto intercambiamos mails y me compartieron la URL de un grupo o foro de MSN donde se reunían. Ahora tenía una misión y ya no estaba solo en la cruzada. El combo se completó una vez dentro del evento, donde descubrí un stand que solo vendía DVDs piratas de recitales japoneses. Nunca había visto uno y de más esta decir que a mi viejo no le quedó otra que liberar unos pesos para llevarme algunos a casa, incluyendo uno que traía puros videoclips.

Los días que siguieron los recuerdo con mucho cariño. Era rascarse algo que picaba hace años. Pude ver por primera vez un recital de la banda que me traía loco. Ver el despliegue escénico japones, a todo trapo y sin escatimar en la puesta y el concepto del show. Nunca había visto ni escuchado nada igual. Ni hablar cuando tocaron el entrañable Jyojoushi que tanta locura me había desatado en su momento. Incluso mi viejo se sentaba conmigo a ver el mismo DVD una y otra vez, lo cual me daba otro voto de confianza y de alguna manera validaba que estaba ante un espectáculo difícil de ignorar. Esto combinado con la información ahora en español a la que accedí gracias al foro del club de fans o mediante mails que intercambiaba con los miembros constituía un frenesí dopamínico ideal. Nunca me interesó realmente el tipo de sangre del cantante o la marca de puchos favorita del baterista pero ahora eran datos que estaban incrustados en mi cerebro, junto con los nombres de los integrantes, su biografía, mitos y verdades de la relación entre ellos e incluso sus proyectos en paralelo. El árbol se ramificó a una velocidad que hoy a la distancia me parece imposible. No me extraña que ese año me haya llevado materias por primera vez en mi vida. Es que no había lugar para otra cosa en mi cabeza que no fuera Laruku.
Empecé a ir a eventos mas seguido, adquiriendo todo disco o DVD que pudiera (y por supuesto piratas: los precios del material original, si es que había, eran prohibitivos). Tenia recitales favoritos, canciones favoritas según la gira que hicieron, participaba en debates foristicos y me quedaba despierto hasta horas imposibles para ver alguna transmisión de TV nipona de la banda a través de algún software de la época. Llegué incluso a conseguir y descargar subtítulos hechos por fans para luego pegarlos sobre apariciones de la banda y así tratar de dilucidar de que hablaban entre canción y canción o en determinada entrevista. Un trabajo casi arqueológico y demandante que consumía tiempo como pocas cosas pero que me daba mucha felicidad.

Los años fueron pasando y a la par de esta locura crecía la fantasía de poder verlos en vivo y de experimentar la potencia de la banda sin pantallas de por medio. Sueño que a medida que fue pasando el tiempo, y entre rumores de separación o desgano de los miembros para con el proyecto, se hizo cada vez mas lejano. En el medio empecé a estudiar japones para entender sus canciones, participé en bandas de covers para aprenderme los temas, viajé a Japón un par de veces para traerme todo lo que pudiera y hasta pude conocer a Hyde -el cantante y uno de los miembros fundadores del grupo- en persona en alguna de sus visitas con sus proyectos solistas.

El sueño continúa latente y estos recuerdos de fanatismo exacerbado viven en mi hoy día. Si bien la vida y las obligaciones se encargan de que ya no tenga tanto tiempo libre como antes, la llama nunca se apaga y es al día de hoy que la música de Laruku me acompaña en todo momento y me conecta con fanáticos del mundo entero. Hay ciertos discos o recitales que escucho en determinada época del año porque me recuerdan tal o cual evento en mi vida. Es difícil de explicar para alguien que no lo comparte, creo que como cualquier fanatismo de cualquier cosa. Incluso opino que lo que escribí se queda cortísimo. Pero espero al menos que les permita darse una idea aproximada de lo que esta banda significa para mí, así como también una chance para explorar a fondo aquellas cosas que alguna vez les llamaron la atención. Es ahí donde me parece que esta la pulpa, lo lindo de la vida.
Y si descubren que esta banda les gusta, en breve estaré inaugurando un sitio web dedicado íntegramente a su trayectoria. La idea, más allá del cambio de época, es poder nuclear en un solo punto y de forma organizada toda la información posible y en español sobre L’Arc~en~Ciel, incluyendo gran parte de la colección personal que fui reuniendo con el correr de los años. Porque si algo me quedó claro en este tiempo, y más después de escribir estas líneas, son todas aquellas tardes, noches y madrugadas de felicidad plena que le debo a Internet y principalmente a la gente que desinteresadamente compartió algo de su tiempo para aportar a la memoria colectiva. Eso y como un grupo de japoneses, a miles de kilómetros de distancia, te puede cambiar la vida gracias al trabajo de difusión de sus fanáticos. Porque el grupo que te gusta mañana puede separarse tranquilamente, pero acá estaremos para contarle al mundo o a lo que quede de él la importancia de amar algo que trasciende completamente todo tiempo y distancia.